La semana pasada, sin que nada anticipara tal acontecimiento, nos quedamos sin agua en casa. Normalmente usamos el agua de lluvia, y en inviernos normales, nos alcanza para abastecernos hasta bien entrado el verano.
Fui a ver la cisterna, una especie de compartimento que ocupa el área del salón, situada justo debajo de él, para corroborar que no se hubiese roto el motor o la grifería en general. La entrada es una especie de ventanita que da a mi jardín por donde apenas cabe mi cuerpo. Así que la abrí y, como no llevaba conmigo la linterna, decidí entrar.
Las pupilas se habían adaptado rápidamente a la oscuridad.La distancia entre el techo y el suelo eran unos ochenta centímetros. La sensación térmica era sumamente agradable y la ligera falta de oxígeno potenciaba el arropo.
Se escuchaban las risas, pasadas por una sordina, de mis hijos jugando en el salón, el sonido de las plantas que mi mujer estaba arreglando en el jardín y el ladrido de los perros a unas palomas que suelen visitarnos a diario. Y allí estaba yo, sintiendo la tranquilidad de que la vida sigue en mi ausencia, disolviendo la ansiedad que me genera pensarme atrapado en un cajón bajo tierra.
Mongo digital
De vuelta a las andadas con las viñetas a diario. Aquí un resumen de los que salió la última semana en las redes de la Revista Mongolia.
Y en El Estafador hablamos de libros.
Poco más, nos vemos pronto en la bandeja de entrada.